A la luz de Laura Dern

  • Articulo publicado anteriormente el 1 de abril de 2012 en la revista Achtung!. Si quieres compartir su contenido, por favor, hazlo desde su emplazamiento original.

Si 2004 fue un año icónico para la ficción por entregas –terminó Friends y vieron la luz, a saber, Lost y Desperate Housewives-, la gran cantidad de formas narrativas que han ido aflorando parecen volver a querer desbordar lo que, desde entonces, constituía un género. Con esta vocación camina Enlightened, cuya breve primera temporada acaba de llegar a su final dejando buen sabor de boca al público y a la crítica. Enmarcada en las reglas literarias contemporáneas, es en las pintorescas y esperpénticas representaciones de la realidad donde esta serie fuerza los límites de la tragicomedia.

A pesar de sufrir un ataque de ansiedad en público, Amy, interpretada por Laura Dern, consigue evitar ser despedida en la gran corporación para la que trabaja. Pero todo tiene un precio: ve su categoría rebajada y, desde una plaza de responsabilidad, desciende directamente al sótano de la empresa. Allí no solo padece el desdén de quienes, hasta entonces, habían sido sus homólogos, sino también la indiferencia de su anterior asistente, que ahora ocupa jovialmente su puesto.

Focalizada en un solo personaje que es, de hecho, un antihéroe, el mundo que nos presenta Enlightened no deja de ser propio de un mal sueño. Amy es inestable y muestra grandes y repentinas devociones por las cosas más pequeñas –crear un grupo de mujeres en la empresa, convocar una clase de yoga para la hora de la comida-, en las que siempre fracasa. Cada capítulo muestra uno de estos frustrados vaivenes mientras sus relaciones con los demás se van complicando inevitablemente. El título de la serie, de hecho, alude al estado de ánimo en que se encuentra nuestra protagonista. Esa Amy que ha sobrevivido a una crisis nerviosa y ha pasado por terapia hoy se encuentra por encima de las preocupaciones de sus jefes y compañeros de trabajo, y es incapaz de tomarse en serio aquello que, para los demás, es una cuestión de supervivencia, esto es; limitarse a cumplir las tareas prescritas y desarrollar sus relaciones sociales desde la cortesía del individualismo.

Es muy difícil empatizar con Amy y unos accesos de entusiasmo que nunca parecen llevar a ninguna parte. Asimismo, no podemos sentir sino distancia hacia las consignas de autoayuda con que se dirige al mundo. Es una persona insensata que, a pesar de algún sentido de la madurez, sigue levantándose cada mañana creyendo que solo necesita una oportunidad para mejorar su vida y la de los demás. Quizá por ello, lo que nos lleva a apreciarla es la sordidez de su entorno, en el que nada queda fuera de la caricatura. Sus nuevos compañeros no parecen personas; interactúan, responden a interpelaciones, pero resultan desprovistos de cualquier sentido de la intimidad o la cercanía. Pronto nos damos cuenta de que nuestra protagonista no está sola con respecto de un grupo, sino que, en realidad, todos están solos; el ambiente no solo de su nuevo emplazamiento, sino del conjunto de su centro de trabajo, está repleto de muecas abyectas y gestos de desconfianza. Así, la más tímida de las revelaciones se vuelve valiosa.

La gran empresa en que se desarrolla la acción no se ve señalada por ningún rasgo concreto; podría ser cualquiera, y así pretende representar una filosofía de vida que se encuentra, en realidad, bien lejos del mundo de la ficción. El retrato que hace de la cultura corporativa norteamericana, en este sentido, no es nada suave. Nadie confía en nadie y los vínculos personales conforman una pieza más de un entramado comercial. Las concesiones humanas no tienen cabida en un juego frágil donde, en cualquier momento, se puede caer del cielo al infierno. En este sentido, quizá Amy no sea más que una desequilibrada en un mundo desequilibrado.

De aquí deviene, también, la obsesión del personaje por las causas más puntuales; no hay lugar en Estados Unidos para una subversión que exceda lo accidental. El consuelo queda en pequeños momentos de paz que pretenden estar por encima del éxito y el fracaso. Sin embargo, ese es solo el punto de partida, y las peripecias encadenadas acabarán pidiendo un profundo cambio en el orden de las cosas, llevándonos, de la mano de la protagonista, hasta un liberador grito de desobediencia.