Café y teoría

Nadie sabe realmente de qué hablamos cuando hablamos de pensamiento contemporáneo, aunque este se estudie en las universidades y sirva de banquete para un sinfín de investigaciones en las que la lucidez no siempre está presente. Las explicaciones del mundo, aun estando encerradas en el intercambio intelectual de una élite, pueden realizar una propuesta sensata; pero si pierden el interés por salir de allí, están dejando de crear pensamiento. De eso mismo trata este lugar.

Siempre hay un lector imaginado a quien se quiere llegar al escribir, aunque nos encontremos recreándonos en la más personal de las reflexiones. Cuando se trata de trabajos académicos, ese objeto reside –principalmente- en otros académicos, que además suelen encontrarse en una relación de poder con respecto de quien escribe. Por este motivo, algunas reflexiones brillantes terminan perdiéndose en un entremés de giros del lenguaje y demás pedanterías, y olvidan su labor fundamental, esta es, difundir una idea.

Cuando alguien desborda el marco del que ha partido para acercarse al gran público, la reacción encadenada es una pataleta; como ocurre indistintamente en las disciplinas artísticas y en las manadas animales, lo que el pródigo obtiene después de salir al mundo es un justo castigo. Desde la tutela de la academia también se desmerece el trabajo de quien se ha dirigido a una mayoría: no hay pecado más imperdonable que el de tratar a la gran masa como a un interlocutor válido.

El –nada modesto- ideal al que aspiro con mis escritos es a cerrar la brecha entre ese saber, pretendidamente cultural pero tantas veces autorreferencial y vanidoso, y aquel que corre de boca en boca por las calles. Cuando alguien se da cuenta de que aquellas ideas que creía lejanas siempre han estado a su alcance, e incluso se encuentra legitimado e invitado a rebatirlas, es cuando este lugar encuentra su razón de ser.