Awkward, qué raro es vivir!

  • Articulo publicado anteriormente el 1 de mayo de 2012 en la revista Achtung!. Si quieres compartir su contenido, por favor, hazlo desde su emplazamiento original.

La comedia ligera y los extraños enigmas sin respuesta se pueden combinar. Es lo que queda claro al terminar de ver cualquier capítulo de Awkward, una de las últimas producciones de la ecléctica MTV. Esta simpática ficción, que estrenó recientemente su primera temporada en España, ha decidido que nada importa demasiado y lo ha querido mostrar riéndose, precisamente, de la edad en la que el gesto más pequeño supone un mundo, esta es, la adolescencia.

La serie arranca con una propuesta argumental tan completa y forzada como la de cualquier thriller. Jenna, una estudiante de bachillerato, tiene un accidente que el gran público de su instituto encaja como un intento de suicidio; teoría avalada por un alud de casualidades entre los que se incluye una carta anónima. Así, tendrá que encontrar un sitio de nuevo entre sus familiares, amigos y la comunidad educativa, cuyo trato hacia ella roza el trabajo social. La protagonista no carece de una motivación y un objeto de deseo, y no es otro que uno de los chicos más populares del instituto. El arquetipo nos resultará familiar: él quiere divertirse y ella busca un compromiso. Además, al ocupar categorías sociales diferentes en aquel universo de pasillos, taquillas, animadoras y equipos de fútbol, a Jenna le tocará aceptar una relación a la sombra del resto del mundo.

Awkward es un paseo, cargado de acción, por los clichés que rodean a los jóvenes norteamericanos con los que ya nos hemos topado en un sinfín de relatos. Y, sin embargo, hay algo por lo que estos personajes resultan más reales y humanos que en ocasiones anteriores, y por lo que aceptamos compartir el camino con ellos. Jenna es capaz de reírse de sí misma y de su condición; está entregada a un juego sabiendo, a la vez, que solo se trata de un juego. No nos habla de su entorno desde la superioridad, sino que entiende que es parte de aquello de lo que se ríe. Nos habla con distancia de un ecosistema tan magnificado como pusilánime al tiempo que está dispuesta –por amor- a formar parte de él. Y desde esa dualidad y esa consciencia, el personaje resulta inevitablemente cercano.

Ninguno de aquellos momentos clave, de las primeras veces de la adolescencia, se cuenta con el gesto dramático que cabría esperar. Los giros en la trama se encuentran rodeados de apuntes desenfadados que los liberan de cualquier trascendencia. Nuestro galán no es tal o, por lo menos, la narración repara en aquellos detalles que desmontan su rol. Se huele las axilas cuando se siente incómodo y sus relaciones sexuales se cuentan de manera cómica y nada espectacularizada, a saber; agita los pies y deja escapar un entrañable ‘awesome’ durante el clímax. Recursos como este ya se han utilizado en otras ocasiones, como para ensalzar el esnobismo de las protagonistas de Sex and the City, donde nadie es capaz de disfrutar del momento porque lo realmente importante es contarlo al día siguiente. Sin embargo, aquí funciona obteniendo el efecto contrario. A pesar de una trama enrevesada, lo que nos están narrando es la vida misma, sin una música melosa y un logrado giro de cámara y, por ello, los personajes consiguen implicarse y presentarnos, nada menos, su intimidad.

La sencillez e ilusión con que Jenna vive su primer amor, aunque salpicado por la comedia, resulta conmovedora, y así se construye la empatía hacia la protagonista. Los personajes corales –su madre, su mejor amiga o la psicóloga del centro de estudios- conceden mucha más importancia que ella a las fechas del calendario y no cejan en señalar la relevancia de cada acontecimiento. Los puntos de giro se cuentan desde la distancia y, por el contrario, los efectos sonoros y golpes de montaje se reservan para mostrar el absurdo del día a día. En medio del cuadro, el sueño de la protagonista es tan romántico como atemporal. Su furtiva relación de pareja no pretende ser un ascensor en aquel mundo autorreferencial, sino al revés. Llevar el pulso a una estructura social enrarecida solo tiene sentido cuando puede acercarle a su objeto de deseo. Es el reconocimiento del amante, y solo el suyo, el que busca; las demás chicas se pueden repartir tranquilamente aquello de ser reina del baile.

A un nivel de estructura, Awkward ha aprendido los trucos del género alto de la ficción contemporánea. Consigue que las tramas pendientes enganchen y animen a esperar el siguiente capítulo; lo cual es curioso cuando no se espera de nosotros que tomemos demasiado en serio los contenidos de la serie. Nadie está poniendo en juego su vida, saltando en el tiempo o resolviendo un crimen y, sin embargo, el devenir de Jenna se cuenta con la paciencia de esa lógica. Los acontecimientos parecen suceder más entre los capítulos que durante los mismos y habrá revelaciones que deberán esperar hasta un mañana siempre aplazable. Las precipitaciones en la historia –como en el paradigma actual, tantas veces trazados desde la casualidad- apenas se acentúan ni se pervierten, y simplemente están ahí, en toda su relevancia y, al mismo tiempo, falta de ella.

Mezclar las rebuscadas propuestas de ficciones más ambiciosas con la temática ligera de una comedia adolescente no tendría por qué haber salido bien. Sin embargo, en Awkward, el cóctel resulta. Unos personajes humanos y tangibles se desenvuelven, sin lecciones de moral, en un escenario de cartón piedra, y afrontan ese desdoblamiento con desenfado. No es a los demás a quien Jenna desmerece desde la risa, sino a sí misma, y a la fragilidad con que encara desafíos que, en realidad, sabe irrelevantes. Por ello quizá es fácil cogerle cariño y, más allá de esto, empatizar con quienes se encuentran en la etapa más rara de la vida.