El partido y los intelectuales

Colaboración de Javier Bouzas, que también escribe en el Árbol Socialdemócrata.

Antonio Gramsci puede ser contado entre uno de los grandes intelectuales del siglo XX. Su pensamiento no se limita solo al comunismo que, en su óptica y como en la óptica de todo comunista, era el movimiento que mejor se adaptaba al marxismo y el que llevaría al final hasta su último desarrollo la lucha de clases y la victoria sobre el capitalismo. El pensamiento gramsciano, inspirando fuertemente en Maquiavelo y en la crítica al historicismo del otro gran intelectual italiano, Benedetto Croce, se preocupa más bien por la cuestión de la hegemonía cultural y la formación del bloque histórico, en las que en su concepción filosófica el «Príncipe moderno» no era otro que su Partido Comunista Italiano, pero como podría ser otro. Con estas premisas, pretendo hacer una valoración acerca del ideal gramsciano del partido y del papel de los intelectuales.

Bien es preciso señalar la «cautela» con la que hay que trabajar al inspirarse en Gramsci. Un error típico de los marxistas, en la ciencia política y en la historiografía, suele ser interpretar los textos filosóficos del marxismo en un sentido literal. No se advierte del paso del tiempo y del cambio de las condiciones objetivas y subjetivas, como unos modernos lectores de textos evangélicos, de la palabra de Dios, en este caso de un Dios materialista. El contexto histórico de Gramsci y del nuestro es bien distinto; las amenazas a las que nos enfrentamos los contemporáneos son bien distintas, aunque a simple vista nos puedan parecer similares: existencia de un sistema económico que divide a las sociedades en explotadores y explotados y los países en dominantes y dominados. Hoy, no hay ya un capitalismo nacional, siglo global, ni las amenazas a la democracia son únicamente nacionales o regionales –en un sentido de marco transnacional limitado, tipo Unión Europea–.

El papel del partido es fundamental en la obra de Gramsci. Cuando habla del partido, siempre es para referirse al Partido Comunista Italiano o, en su concepto de «partido revolucionario» 1, una concepción ahistórica pero que está pensada para servir de ejemplo a la estrategia del PCI. En un sentido general, y para que nos sirva en este ensayo, como Partido, en mayúscula, nos referiremos al organismo que debe llevar a cabo el papel de elemento protagonista del cambio político y la lucha por la hegemonía, sin pensar en un partido actual concreto.

Los partidos actuales son una sombra de lo que otrora fueron. En el caso de los partidos de trabajadores, esta triste realidad es aún más escandalosa. En el mundo occidental y desarrollado los partidos de trabajadores han sido víctimas e su propio éxito, esto es, la construcción del Estado del bienestar y su aceptación por los partidos burgueses –liberales, conservadores, democristianos, los que fueren– en un nuevo sistema político de alternancia pacífica y de consenso nacional. Los partidos de trabajadores se «burocratizaron», una crítica que Gramsci hacía al Partido Socialista Italiano tras la Gran Guerra de 1914. La burocratización debida al Estado de bienestar y al Estado democrático y social era, en cierto sentido, inevitable: los partidos no veían el sentido en mantener una alta movilización ideológica y militante una vez que los objetivos del socialismo podían alcanzarse desde la reforma política; en lugar de militantes altamente conscientes necesitaban minorías altamente formadas en la administración de la cosa pública. En el caso de los partidos socialdemócratas, los dominantes y representantes de la clase trabajadora, fueron paulatinamente desplazados de la dirección política los dirigentes genuinamente obreros y sustituidos por aquellos pertenecientes a la pequeña burguesía –abogados, economistas, sin la carga peyorativa y reaccionaria que le producían a Lenin–. Esta pequeña burguesía no era nueva, pero tenía la particularidad de provenir en buena parte de la misma clase obrera como mejor exponente de la movilidad social que la socialdemocracia podía conseguir sin necesidad de recurrir a la lucha de clases.

En definitiva, estos cambios, el cambio de paradigma, la crisis de los setenta y el rearme ideológico de la derecha en forma de neoliberalismo erosionaron a estos partidos socialdemócratas. De repente, se vieron cada vez más fuera de los gobiernos, con menos posibilidades de sacar adelante sus propuestas –y en buena parte de los casos subordinados al discurso neoliberal, un cambio de hegemonía– y con menos votos y menos militancia. En el caso de la militancia, esto fue catastrófico: con el desarrollo del Estado de bienestar, el partido perdió su papel de movimiento social, que había dotado a la clase obrera de una estructura paralela a la de la sociedad oficial en tanto que el Estado mantenía su limitación liberal clásica. En los días actuales, cuando el neoliberalismo aprovecha el «shock» 2 de la crisis para desmantelar con mayor velocidad el Estado de bienestar, los partidos de trabajadores ya no son movimientos de masas amplias, su militancia posee una relativa pobreza ideológica y ha desarrollado mayores aptitudes de dependencia en círculos clientelares.

Pues, ¿qué cabe esperar del Partido? El triunfo relativo del neoliberalismo no ha enterrado la lucha ideológica, ni los conflictos entre clases, ni mucho menos ha inaugurado el «fin de la historia» 3. El Partido tiene abierto tres frentes 4: no solo debe combatir a la nueva ideología dominante en el terreno político –esto es, no solo intentar ganar las elecciones de forma democrática sino también en mantener la cohesión del proyecto alternativo–, sino también en el económico, reorganizando la lucha sindical y elaborando un nuevo proyecto alternativo al neoliberalismo, y el terreno ideológico. Los tres se encuentran íntimamente interrelacionados y aquí podemos intentar ver una conciliación de las tesis de Gramsci y Kautsky 5, el gran ideólogo de la socialdemocracia alemana. Para Gramsci la dictadura del proletariado era la consecuencia final del proceso pero desde una lucha democrática en lugar de una rebelión armada de tipo bolchevique –que, en mi opinión, juzgaba conveniente para la Rusia de 1917 pero no para la Italia prefascista y, ni mucho menos, sus herederos políticos en el PCI de la República Italiana, personificados en Berlinguer–. Kautsky, por su parte, pensaba que la victoria del socialismo llegaría de la mano de elecciones democráticas y que el Partido se serviría de estas para comprobar el apoyo ciudadano a la transformación socialista 6. La gran influencia de Gramsci en el comunismo italiano –el partido mayoritario de la izquierda italiana– pudo verse en la estrategia de Berlinguer del «compromiso histórico» 7.

Gramsci daba una gran importancia a la labor del Partido en el frente ideológico. En sus propias palabras, «para que el Partido viva y esté en contacto con las masas, es menester que todo miembro del Partido sea un elemento político activo, sea un dirigente». Añadía, «es necesario que el Partido, de manera organizada, eduque a sus militantes y eleve su nivel ideológico». Ello permitiría que, en cualquier situación, «se hallen en situación de orientarse, de saber extraer de la realidad los elementos para establecer una orientación» 8. Obviamente, en el esquema de Gramsci entraba el partido leninista como paradigma, es decir, un partido de «vanguardia», formado por cuadros muy preparados: «no se puede pedir a todo obrero de la masa tener una completa conciencia de toda la compleja función que su clase está resuelta a desarrollar en el proceso de desarrollo de la humanidad, pues eso hay que pedírselo a los miembros del Partido (…). Pero el Partido puede y debe en su conjunto representar esta conciencia superior» 9 Es el papel que reserva a los intelectuales.

Gramsci teoriza un partido de cuadros, que dirija pero no aglutine a la masa. Los partidos, en un régimen liberal democrático, son «instrumentos de mediación entre la sociedad civil y el poder político, (…) forman parte de los aparatos del Estado (…) contribuyen, por tanto, a perfeccionar la legitimación y la autoridad del Estado» 10. El Partido gramsciano se compone de tres grupos de personas: el grupo de dirigentes o intelectuales orgánicos, los cuadros medios y funcionarios del partido, y un grupo heterogéneo situado en la base, dentro o fuera del partido, compuesto desde los militantes de base, simpatizantes y electores 11. La «contradicción» de Gramsci –en tanto que su modelo era el partido bolchevique– es su constatación de que el Partido nunca conseguirá poder englobar a toda la sociedad, esto es, un partido totalitario, sino que, en lugar de eso, el Partido habrá de disolverse para cumplir la máxima de Engels de permitir a la sociedad civil la «administración de las cosas» 12.

El pensamiento de Gramsci es democrático en tanto no es elitista, es decir, no cree que el papel de dirigentes o intelectuales orgánicos del Partido esté reservada a una clase en especial, o a los estratos más cultos de una clase. Para él, «no se puede concebir a ningún hombre (…) que no sea filósofo, que no piense y, precisamente, porque el pensar es propio de la naturaleza del hombre» 13. Aunque todos los hombres son intelectuales, aclara, «no todos tienen su función en la sociedad» 14. En la concepción gramsciana de «bloque histórico», los intelectuales no forman una clase en sí aparte, sino que son los funcionarios de las superestructuras», subalternos del Estado y del bloque dominante, con el encargo de promover la cohesión ideológica de este 15.

Si Gramsci detectaba, a su juicio, una ausencia de intelectuales orgánicos de la burguesía italiana debido a la falta de la Reforma y al Risorgimento como revolución pasiva y no un movimiento nacional-popular 16, ¿qué podría decirse para España? España no tuvo tampoco una Reforma y la revolución liberal no contó ni con un amplio apoyo de las masas populares ni produjo una clase media poderosa y organizada intelectualmente. Es más, la intelectualidad española siempre estuvo más cercana al neocatolicismo –Balmes, Menéndez Pelayo– y, cuando surgió un movimiento renovador como lo fue la Generación del 98, con sus críticas a lo que se había convertido el liberalismo español, muchos apostaron por la regeneración en forma de república democrática y consideraban que el movimiento socialista podría renovar España. Pero, presas de su pesimismo, pronto apostaron también por vías autoritarias. No en vano, Joaquín Costa hablaba de la necesidad de un «cirujano de hierro» 17. Los intelectuales de principio de siglo XX abrieron la puerta al ejercicio autoritario del poder Primo de Rivera, Franco–, no fue una abdicación de la labor intelectual, sino la derrota de un potencial bloque histórico progresista, en el que el pesimismo de estos intelectuales sin duda tuvo mucho que ver.

La configuración de un bloque histórico no tiene por qué ser en un sentido progresista. Las valoraciones de Gramsci bien pueden valer para analizar la actual decadencia de la otrora poderosa socialdemocracia o de la insignificancia de los proyectos que se aglutinan a su izquierda. En primer lugar, en España la Transición abrió el camino para configurar una superestructura ideológica que, en último aspecto, permitió crear una hegemonía progresista, pero como este, obviamente, no es ya un mundo anclado en lealtades de clase sino permeable a la competencia de ideas, también permitió el desarrollo de nuevos proyectos desafiantes a esa hegemonía progresista –sobre todo cuando ésta no supo responder correctamente–, esos desafíos son el nacionalismo periférico y el neoliberalismo conservador nacional, cada uno creado por los intelectuales orgánicos de sus respectivas grandes burguesías, que parecen haber encontrado la «clave de bóveda» de aunar nacionalismo sentimental con los principios del libre mercado y que nada entienden de fronteras nacionales o identitarias. Inspirándose en Croce, Gramsci dice: «cuando se logra introducir una nueva moral conforme a una nueva concepción del mundo, se acaba por introducir también esa concepción, determinando una completa reforma filosófica» 18. Un elemento a tener en cuenta.

La configuración de un bloque histórico para conquistar la hegemonía precisa de separar las grandes ideas de las vagas, tarea que se le confiere a los intelectuales orgánicos. Es decir, estadistas frente a populistas: «el estadista de categoría intuye simultáneamente la idea y el proceso real de actuación (…), el proyectista charlatán procede tentando y volviendo a probar (…). El proyecto tiene que ser comprendido por todo elemento activo (…), permita prever sus consecuencias positivas y negativas, de adhesión y de reacción, y contenga en sí mismo las respuestas a esas adhesiones y reacciones» 19.

Para ir finalizando, un aspecto relacionado con los intelectuales es la importancia que Gramsci da a los jóvenes. Gramsci habla de que los jóvenes pertenecientes a la clase dirigente 20 pueden rebelarse y subordinarse a los dirigentes de la clase progresiva. Pero también puede ocurrir que los jóvenes se hallen en «estado de rebelión permanente», no de desorden social, sino rebelión ideológica, en un sentimiento de querer destruir las limitaciones impuestas por la vieja guardia dirigente. En definitiva, la clase de los dirigentes no consigue cooptar a esta juventud, sin que la vieja estructura no puede contenerles ni darles satisfacción. Gramsci alude al paro permanente o semipermanente de los intelectuales potenciales, lo que deja un «horizonte abierto» donde esta juventud pasa a actuar 21. Es, a mi juicio, una lucha entre una vieja y una nueva élite donde, si no se puede realizar por cooptación, se realiza de una manera más violenta. En la actualidad, podríamos ver paralelismos de estas actitudes en la política contemporánea, donde «los cachorros de las juventudes de los diversos partidos políticos acceden a las listas electorales y a otras prebendas por el exclusivo mérito de fidelidad a las cúpulas» 22, o en el movimiento del 15M, que lejos de su vaga estructura o debilidad ideológica –las fórmulas vagas que critica Gramsci–, en lo que en mi tesis es la asistencia al cambio de una élite por otra 23 en lo que se puede aportar una regeneración fresca para configurar un nuevo bloque histórico con su ejército de intelectuales orgánicos para dar cohesión al proyecto y lanzarse de nuevo a la conquista de la hegemonía cultural.


  1. Antonio GRAMSCI: Pensamiento político (el Partido), Ciudad de México, Roca, 1977, p. 130.

  2. Naomi KLEIN: La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre, Barcelona, Paidós, 2007.

  3. Francis FUKUYAMA: El fin de la historia y el último hombre, Planeta, 1992.

  4. Antonio GRAMSCI, óp. cit., p. 132 y ss.

  5. Cesáreo R. AGUILERA DE PRAT: Gramsci y la vía nacional al socialismo, Madrid, Akal, 1984, p. 74 y ss.

  6. Santos JULIÁ: «Kautsky», José Félix TEZANOS (ed.); Teoría política del socialismo, Madrid, Sistema, 1993, pp. 137-153.

  7. Máximo LOIZO: ¿Qué es el compromiso histórico?, Barcelona, Avance, 1976.

  8. Antonio GRAMSCI, óp. cit., p. 137.

  9. Ibíd., pp. 133-134.

  10. Cesáreo RODRÍGUEZ AGUILERA DE PRAT, óp. cit., pp. 112-113.

  11. Ibíd., p. 113.

  12. Ibíd., p. 115.

  13. Antonio GRAMSCI: La formación de los intelectuales, Ciudad de México, Grijalbo, 1967, p. 89.

  14. Citado en Cesáreo RODRÍGUEZ AGUILERA DE PRAT, óp. cit., p. 65.

  15. Ibíd., p. 66.

  16. Antonio GRAMSCI: El Risorgimento, Buenos Aires, Las Cuarenta, 2008.

  17. Javier BOUZAS: Una aproximación a la creación de la nación como proyecto político…, IELAT, p. 15 (consultado el 14 de septiembre de 2012).

  18. Antonio GRAMSCI: La formación de los intelectuales, óp. cit., p. 100.

  19. Manuel SACRISTÁN: Antonio Gramsci. Antologia, México, Siglo XXI Editores, 1970 (edición de 2005), p. 317.

  20. No como élite, sino en sentido amplio.

  21. Manuel SACRISTÁN, óp. cit., pp. 274-275.

  22. César MOLINAS: Una teoría de la clase política española, El País, 10 de septiembre de 2012, (consultado el 14 de septiembre de 2012).

  23. Javier BOUZAS: Cultura de la Transición: ¿qué es? Y ¿se muere?, arbolsocialdemocrata.blogspot.com.es, 29 de junio de 2011 (consultado el 14 de septiembre de 2012).