La crisis y los sueños probables

Todo el mundo espera algo diferente cuando piensa en las oportunidades que, desde el optimismo, podría brindarnos esta crisis. Algunos, quizá los más jóvenes, pero también quienes siempre han creído en unas ideas muy concretas, encuentran en esta tormenta el impulso para deslegitimar, de una vez, ese intercambio capitalista que otros, muy dueños de su lenguaje, llaman de libre mercado. Desde luego, la situación parece haberles dado la razón una vez y otra y, sin embargo, ahora que llevamos ya unos cuantos años acompañados por esa dichosa palabrota –crisis-, y algunos países sí empiezan a levantar el vuelo, parece que va a estar más difícil seguir justificando ese sueño: hay economías que están volviendo a crecer y crear empleo sin que sus industrias se hayan subvertido en absoluto. Entre ellas está, por ejemplo, la Francia de Hollande.

Otros, más modestos en sus aspiraciones, creen que esta crisis debería denunciar una serie de excesos cometidos por muchas personas: el señorío, los tipos del traje, los que nunca tocan el suelo, pero también los concejales de urbanismo, los caciques del pueblo y esos que vienen de huerta en huerta a decirnos que les votemos, porque si no, podemos perder los fondos con los que plantamos nuestros tomates. Si levantan la vista y miran a su alrededor, probablemente, se encuentre a alguno de estos merodeando la caseta: mueven mucho las manos al hablar, procuran sonreír y, sobre todo, son incapaces de mantener la mirada fija en un solo punto, ya que siempre están en guardia, listos y dispuestos en caso de que se acercara alguien a quien correspondiera hacer la pelota. Desde luego, librarnos de estas personas parece un ideal mucho más alcanzable que la trasnochada revolución, pero qué puedo decir: por lo que veo en las noticias, diría que también lo tenemos bastante complicado.

Así, llegamos al tercer escenario que la crisis podría dejarnos, este es, que volvamos al mismo país en el que estábamos antes de que la recesión nos despertara de un buen tortazo. A ese país tontorrón, en el que algún regalo a tiempo distraerá a las personas de sus tentativas de emancipación, y en el que nadie sabe qué significan las banderas pero estas, de cuando en cuando, adquieren mucha importancia. Ese país en el que las relaciones de poder están bien claras de antemano y en el que quienes más tienen que ganar, porque no tienen nada que perder, sean quienes más miedo tienen del cambio. Ese país que lee en las revistas los jaleos de alcoba del príncipe y la princesa mientras estos, en algún lugar del mundo, se ríen largo y tendido de todos nosotros. Espero sinceramente que mi partido político, de nombre socialista y obrero, no quiera llevarnos de vuelta a ese país adormilado. Si eso es lo que atisbo, podrán celebrarse unas primarias tras otras, en Miami o en Cancún, porque a mí me dará igual: esa no será mi causa, ni ese lugar mi trinchera.