La familia que bebe unida

  • Articulo publicado anteriormente el 1 de octubre de 2012 en la revista Achtung!. Si quieres compartir su contenido, por favor, hazlo desde su emplazamiento original.

La categoría de las series de culto, con la correspondiente revitalización del género y el aluvión constante de creaciones que traería, no lleva toda la vida con nosotros. De hecho, cuando hace seis años se estrenó Brothers and Sisters, el lanzamiento de una ficción nueva venía acompañada, todavía, de algún sentido de la apuesta y, desde luego, de una noticia.

Las premisas de esta serie podrían haber encajado en cualquier estilo; de hecho, en cualquier lugar de la breve historia de la televisión. Al morir súbitamente el patriarca de una familia tan acomodada como numerosa, lo que quedan son secretos, deudas y un retrato en el que nadie sabe cuál es su sitio. Lo que quizá olvidamos al afrontar una propuesta tantas veces visitada es que hace un tiempo que cambiamos de siglo y, esta vez, las reglas del juego dan para mucho más.

Brothers and Sisters es un drama que, con la responsabilidad de traer algo nuevo, servirá sus giros y demás recursos empapados de comedia desde el principio, eso sí, sin dejarse tentar por el teatro del absurdo que siempre queda tan a mano. Al tiempo, y para nuestra admiración, olvidará las narraciones maniqueas; y nos acostumbraremos a empatizar, a partes iguales, tanto con la solemne viuda y madre que lucha contra la soledad como con una amante que reclama la dignidad del papel que representó en la vida del fiambre.

Nadie es perfecto y, además, los Walker se toman muy en serio aquello de que la familia que bebe unida, permanece unida. Las botellas se descorchan empapando un sinfín de noches en que los protagonistas se dedican, entre otras cosas, a arreglar el mundo, ya que las pasiones partidistas adornan este testarudo relato familiar. Es de agradecer que alguien allá en el centro del universo se decida a hablarnos de política relativamente en serio e, incluso, aloje a algún demócrata en la conversación; pero no se trata solo de un paisaje. La mayor de la camada animó al benjamín a inscribirse en el ejército en los albores de la invasión de Iraq, así como los hermanos republicanos no pueden sino bajar la cabeza al desmerecer, desde su militancia, el derecho al matrimonio de uno de los miembros de la familia.

Esto, en cualquier caso, es solo el principio, ya que algunos de ellos acabarán implicados de lleno en las bambalinas de la mediática democracia norteamericana. Así las cosas, el foco pende entre lo concreto y la madurez de lo abstracto, intentando recoger la esencia de un momento, este es, los años de desesperanza hasta la llegada al poder de Obama y la posterior crisis financiera que no consintió que el sueño durase demasiado. Cualquier acontecimiento federal se trasladará, como por arte de magia, hasta ocurrir también en la casa de los Walker.

Gracias a un montaje ágil y lleno de ritmo, no tardaremos en conocer bien y, si queremos, coger cariño a los personajes de Brothers and Sisters -que, por cierto, permanecerían fieles a la serie durante sus seis temporadas, ahorrándonos los improvisados parches con que las ficciones intentan sobrevivir a las bajas en el reparto-. Y porque donde existe la intimidad no hay lugar para los estereotipos, quizá ellos, junto con sus arrojados y rebuscados diálogos, sean el punto fuerte del guión. Mientras las innumerables tramas personales se complican, siempre a medio camino entre el presente y el pasado, los capítulos guardan estructuras sencillas que nos animan a predecir los acontecimientos; y aquello que podría pasar por falta de creatividad deviene en un simpático recurso con el que nos sentimos parte de lo que estamos viendo.

No hay por qué ocultar que nos esperan planos de abrazos, encuentros y reconciliaciones, así como largas disertaciones sobre el amor. En la tierra del individualismo y bombardeados por un sinfín de elecciones –por lo menos aparentemente- libres, los protagonistas tendrán que decidir qué están dispuestos a esperar de su familia y hasta qué punto el acogedor sentido de pertenencia que encuentran en casa existe realmente o no es más que un recuerdo imaginado. Estos dilemas, que a veces nos sentiremos animados a tomar en serio, adquieren otro color enredados entre copas, ya que la fotografía se aleja de cuando en cuando para que podamos, además de acompañar a los hermanos, reír con condescendencia ante alguno de sus balbuceos de borracho.

Entre personajes de andar por casa envueltos en tramas retorcidas con alevosía, esta serie que creció a la luz de un género entonces joven aprendió, con matrícula, las reglas de la nueva ficción de culto. Y quizá a estas alturas, cuando lo que más parece deleitarnos son las lógicas de la distancia y la extrañeza, nos sintamos incómodos ante esta narrativa que nos habla desde la paradoja –para ello sus abundantes piezas de montaje dialéctico- y, sobre todo, desde la sinceridad, esto es, de cuando en cuando dejaremos a un lado el sarcasmo y las zapatillas de cuadros y viviremos los giros de la trama en toda su espectacularidad. Sin duda, Brothers and Sisters desmantelará cualquiera de nuestras reservas a este respecto. Otra cosa es que al día siguiente, al volver a la realidad, queramos compartirlo con nuestros amigos; eso ya depende de cada uno.